viernes, 6 de marzo de 2015

Sobre el concepto de materialismo filosófico, por Luis Ricardo Lleiva


Sobre el concepto de materialismo filosófico



En estas líneas intentaremos explicar brevemente en qué consiste la filosofía materialista, así como su significado histórico.
Comencemos desmintiendo el prejuicio que parece esconderse tras la palabra “materialista”. Se suele creer que materialista es aquel que siente aversión por todo tipo de valores morales y por todas las sutilezas nobles del alma, entre ellas, desde luego la filosofía y el saber, inclinándose en favor de una vida libertina, inundada de goces, placeres y posesiones materiales (autos, celulares y toda clase de lujos).
Pero en filosofía los conceptos adquieren un significado muy diferente al que solemos darles en la vida cotidiana. Materialista es sencillamente aquella corriente filosófica que intenta explicar el mundo a través del mundo mismo. En este sentido es que debemos comenzar a reconocer al materialismo como la única filosofía científica en sentido estricto.
No es por ello casualidad que el mismo nacimiento de la filosofía haya revestido esta forma. Los primeros filósofos, los jonios (Tales, Anaximandro, Anaxímenes), fueron también los primeros que se atrevieron a buscar una explicación racional del mundo; y esto significa, ante todo, el prescindir de cualquier mito o idea fantástica para entender la realidad: “[…] concebir materialistamente la naturaleza no es sino concebirla pura y simplemente tal y como se nos presenta, sin aditamentos extraños, y esto hizo que en los filósofos griegos se comprendiera, originariamente, por sí misma”. [1]
Más adelante, la filosofía se desdobló entre dos vertientes: el idealismo filosófico (la contraparte del materialismo) asomó la cabeza por vez primera sobre la historia. Pitágoras y Platón fueron sus representantes más destacados. Toda concepción filosófica que se sitúe fuera del punto de vista materialista, pese a la diversidad de formas que pueda revestir es, en resumidas cuentas, idealismo filosófico. [2]
Dicha así la cosa resulta bastante simple. Si lo que se pretende es explicar el fundamento del mundo por el mundo mismo, estamos en presencia de una doctrina materialista; si recurrimos a fuerzas externas sobrenaturales, mítico-religiosas o a la simple consciencia individual subjetiva para encontrar el fundamento último y definitivo del mundo, somos idealistas.
No obstante, difícilmente encontraremos expresadas en las distintas escuelas filosóficas tan clara y magnífica delimitación. Cualquier filósofo podría presentar una teoría científico-materialista de la naturaleza, y situarse en un punto inconfundiblemente idealista en el marco de su doctrina social, para poner solo un ejemplo.
El materialismo como punto de vista científico capaz de recrear un cuadro coherente del universo en el pensamiento, ha estado siempre comprometido a los intereses de las clases progresistas y revolucionarias de cada época. Esto es visible ya en la antigüedad clásica. Después de los jonios, fueron materialistas pensadores de la talla de Leucipo, Demócrito, Anaxágoras, Heráclito, Epicuro, entre otros.
Leucipo (quien hace más de 2000 años habría descubierto el átomo) veía ya la generación del universo como el producto de la interacción de fuerzas naturales actuantes desde toda la eternidad; [3] un principio en líneas generales sagazmente acertado. Demócrito, continuador de su doctrina, negaba la eternidad de los mundos y afirmaba la eternidad del universo, [4]pensaba que todo estaba sujeto a la causalidad [5] y que, por tanto, podía ser explicado racionalmente. Era partidario de la democracia esclavista, en oposición a las abiertas ideas aristocráticas expresadas por Pitágoras o por Platón, sólo para poner un par de ejemplos. De aquí que señale acertadamente Engels a propósito del originario pensamiento filosófico griego:
Tenemos ya aquí, pues, todo el originario y tosco materialismo, emanado de la naturaleza misma y que, del modo más natural del mundo, considera en sus comienzos la unidad dentro de la infinita variedad de los fenómenos de la naturaleza como algo evidente por sí mismo, buscándola en algo corpóreo y concreto, en algo específico, como Tales en el agua.[6]
Uno de los pensadores en el que las consecuencias sociales salen a relucir con gran fuerza es Epicuro. Este filósofo fue también desarrollador de las ideas atomísticas de Demócrito, sin embargo, centra la especial atención de su saber en liberar a los hombres de la ignorancia, conduciéndolos fuera de la infeliz condición a la cual tal estado los condena. Su fin es lograr la ataraxia del pensamiento, identificando el mayor de los males con el temor hacia los dioses en el que los sacerdotes educan a los hombres, así como con el miedo a la muerte. El que los hombres se liberen del temor a la muerte, parece ser el principio moral supremo para este filósofo:
Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros. Porque todo bien y mal reside en la sensación, y la muerte es privación del sentir. Por lo tanto el recto conocimiento de que nada es para nosotros la muerte hace dichosa la condición mortal de nuestra vida, no porque le añada una duración ilimitada, sino porque elimina el ansia de inmortalidad. [7]
De ahí que su discípulo el poeta Lucrecio lo catalogara como “el libertador”:
Cuando en todo el mundo la vida humana permanecía ante nuestros ojos deshonrosamente postrada y aplastada bajo el peso de la religión, que desde las regiones del cielo mostraban su cabeza amenazando desde lo alto a los mortales con su visión espantosa, por vez primera un griego se atrevió a levantar de frente sus ojos mortales, y fue el primero en hacerle frente; a él no lo agobiaron ni lo que dicen de los dioses ni el rayo ni el cielo con su rugido amenazador, sino que más por ello estimulan la capacidad penetrante de su mente, de manera que se empeña en ser el primero en romper los apretados cerrojos de la naturaleza. Así pues, la vívida fuerza de su mente triunfó y avanzó lejos, fuera de los muros llameantes del mundo […] En consecuencia, la religión queda a nuestros pies pisoteada y a nosotros, por contra, su victoria nos empareja con el cielo. [8]
Este pensamiento ejemplifica muy bien las consecuencias implícitas al interior del materialismo; es en la finitud del ser humano donde reside su propia grandeza, es en esta vida donde los hombres pueden y deben ser felices; las perspectivas en una vida de ultratumba resultan más bien aterradoras y sólo sirven para perturbar y atemorizar los corazones, privándolos de su felicidad. En la religión el hombre se desvaloriza al poner sobre él a un ser superior y todopoderoso que le obliga a servirle, se ve obligado a renunciar a su propia vida terrenal en favor de una vida en el más allá. Por el contrario, si prescindimos de esto, nos vemos obligados no a negar la única vida con la cual contamos, sino a afirmarla.
Somos así capaces y tenemos el deber de cifrar nuestras esperanzas sobre esta tierra y así luchar para transformarla y forjar un mundo mejor y esperanzador. De aquí el optimismo inherente al materialismo. En pensadores como Tales o Demócrito esto se traducía en su fe en la perfecta cognoscibilidad del mundo, en Epicuro, en la capacidad del ser humano para dirigirse a sí mismo.
Las dificultades para explicar satisfactoriamente los procesos naturales, sociales y el pensamiento hicieron que poco a poco el idealismo se impusiera sobre el materialismo.
Durante toda la Edad Media, las tendencias materialistas desaparecieron casi por completo, se mantuvo viva la llama, por lo menos aunque sea bajo formas místicas. Al final del periodo medieval, poco antes de alborear la moderna sociedad burguesa, el materialismo irrumpía nuevamente con fuerza. Hasta la misma teología se vio obligada en su momento a predicarlo, [9] la Iglesia se dio cuenta rápidamente de la amenaza que esto significaba, persiguiendo y condenando a las mentes más brillantes de este periodo.
Giordano Bruno ardió en la hoguera por defender la idea de un universo infinito con múltiples mundos, algunos incluso habitados:
He aquí, pues, como son los mundos y como es el cielo. El cielo es como lo vemos en torno a este globo, el cual, no menos que los otros, es un astro luminoso y excelente […] Ahora bien, estos son los mundos habitados y cultivados con sus animales […] y cada uno de ellos no está menos compuesto de cuatro elementos que éste en que nos encontramos. [10]
Los ideólogos de la naciente sociedad burguesa, en ese momento revolucionaria, abrieron fuego por su parte contra el idealismo y el catolicismo de la época, y el enconado debate sostenido por Hobbes y Gassendi en torno a las meditaciones de Descartes son el mejor ejemplo de ello. [11] Así hasta que llegamos por fin a los grandes materialistas franceses del siglo XVIII (Condillac, Helvecio, La Metrie, Mandeville, Holbach, Diderot, etc.).
El gran mérito de todos estos pensadores fue el haber desterrado, de una vez por todas, la necesidad de recurrir a imágenes fantásticas para explicar la naturaleza; pudieron prescindir de “la hipótesis de dios”. Sin embargo, ahí donde teorizaban acerca del ser humano, eran idealistas, pues se mostraban incapaces de explicar los complejos procesos históricos.
Mientras tanto, el antiguo método geométrico-deductivo se mostraba cada vez más incapaz de explicar satisfactoriamente los problemas propios planteados por la revolución de las ciencias naturales del siglo XVIII y esto, a la par de los sucesos históricos, como la revolución francesa, posibilitó el surgimiento dentro del idealismo alemán de un nuevo método: el método dialéctico. Sin embargo, debido a su carácter idealista, este método, era tan solo capaz de mostrar desfiguradamente los procesos histórico-naturales.
Fueron Marx y Engels quienes superaron las limitaciones tanto del antiguo materialismo como de la vieja dialéctica. De entonces acá, el desarrollo de los conocimientos científicos ha ido obligando a la ciencia cada vez más a afrontar dialécticamente todos sus problemas. Aun ahí donde los científicos carecen de plena conciencia, en la práctica, los hechos les obligan a adoptar una actitud dialéctico-materialista espontánea:
La filosofía se venga póstumamente de las ciencias naturales por haber sido abandonada por ellas y, sin embargo, los naturalistas habrían podido darse cuenta ya por los mismos éxitos alcanzados por la filosofía en el terreno de las ciencias naturales que había en toda ella algo que estaba por encima de sus ciencias, incluso en el campo de su propia especialidad. [12]
Gracias al método dialéctico, podemos ofrecer una explicación adecuada a la historia, al tiempo que comprenderla como un proceso sometido a repetidos conflictos y eternas contradicciones:
La Dialéctica es la teoría que muestra como los contrarios pueden y suelen ser (como devienen) idénticos; en qué condiciones son idénticos, al transformarse unos en otros, por qué el espíritu humano no debe entender estos contrarios como muertos, rígidos, sino como vivos, condicionales, móviles, que se trasforman unos en otros. [13]
La concepción materialista de la historia consiste en explicar la realidad social del hombre partiendo de sus condiciones materiales de vida, del modo en el cual aquellos producen y reproducen su existencia, [14] esto significa que el resorte propulsor de los hechos históricos debe buscarse en el desarrollo de las fuerzas productivas materiales en un modo de producción dado.
Antes de Marx y Engels, los filósofos explicaban la vida social de los pueblos recurriendo a sus ideas políticas, jurídicas, filosóficas, religiosas, etc. Sin embargo, no eran capaces de explicar a su vez cuál es el origen de las distintas ideas que en cada época se han desarrollado. Marx y Engels respondieron por vez primera a esta cuestión explicando que no es la conciencia la que determinaba la vida, sino el ser social, cuyo fundamento se contenía en la base económica, lo que determina la conciencia. [15]
La historia pudo por fin ser explicada racionalmente. Así, los mejores frutos de la razón científica moderna desembocaron en la concepción materialista del proletariado. Y no es casual que, llegado este punto, la filosofía burguesa no tenga más remedio que romper resueltamente con la ciencia para encausarse por los carriles del irracionalismo. El proletariado es la primera clase oprimida en la historia que opone a sus opresores una más avanzada concepción del mundo, capaz de explicar los hechos históricos mostrando el más fiel reflejo de la realidad. Pero la burguesía no está interesada en explicar el mundo tal y como es, sino en deformarlo.
Es por eso que tras la quiebra de la razón burguesa, incapaz de confesar su fracaso (lo que la obligaría a decidirse en favor del socialismo) no tiene más remedio que declarar la quiebra de la razón en general. Y no deja de ser casualidad tampoco que para esto tenga que apoyarse en problemas de tipo dialécticos, los cuales naturalmente se muestra incapaz de solucionar.
Lenin ha explicado insuperablemente cómo, siendo mucho más rico que la más refinada de las construcciones teóricas, el mundo material escapa siempre a una aprehensión absoluta y definitiva por parte del pensamiento, la verdad posee un carácter aproximativo; [16] pero es este carácter aproximativo, que no deja de reconocer su base objetiva, lo que precisamente hace avanzar al pensamiento humano. El pensamiento burgués, al percatarse de este hecho, se apoya en él para negarle toda base objetiva al conocimiento.
Son estos problemas de los cuales no siempre sabemos cuidarnos. Así, por ejemplo, incurre en un craso error un colega, el cual despojando la dialéctica de toda base objetiva, la vuelve sobre su antigua base primitiva, incurriendo en una clara desviación hegeliano-reaccionaria, lanzando el grito de “la vuelta a Hegel”; es decir, depurando la dialéctica de su sólida base materialista. [17] Se trata de la misma vieja historia de siempre. Es el fenómeno del fetichismo que reina sobre los intelectuales burgueses y pequeñoburgueses que olvidan tener bien puestos los pies sobre la tierra.
Estos defectos han sido ya repetidamente vislumbrados y corregidos por el marxismo:
Es la historia de siempre. Primero, se reducen las cosas sensibles a abstracciones, y luego se las quiere conocer por medio de los sentidos […] El empírico se entrega tan de lleno al hábito de la experiencia empírica que hasta cuando maneja abstracciones cree moverse en el campo de la experiencia sensible. [18]
Así, en la moderna filosofía burguesa tenemos: Heidegger y la pregunta por el ser; y el positivismo con su aversión por todo edificio sistemático de ideas, por toda “metafísica”, y su culto ciego por los hechos.
Creemos que con lo dicho el lector puede apreciar la esencia revolucionaria del materialismo dialéctico, hay que mencionar finalmente que el idealismo se presenta, por el contrario, generalmente al servicio de las clases opresoras y reaccionarias, esto sobre todo debido a que significa una huida a la realidad, cerrando las puertas a toda transformación revolucionaria del mundo. Así, cuando proclama un reino trascendental más alto situado fuera de los márgenes de esta tierra, generando un ánimo de esperanzadora resignación, fe en un mundo ajeno o el retraimiento del individuo sobre su propio ser, o presentándose como un agnosticismo, afirma la incapacidad de comprender el mundo, de conocer las, según él inexistentes, leyes que gobiernan la historia y esforzándose en animar el sentimiento de confort espiritual en el individuo alejado de toda perspectiva de cambio social.
Tal es la esencia reaccionaria de la filosofía burguesa de los últimos tiempos, la justificación y defensa directa o indirecta del orden existente. Y esta es tal que sobresale incluso ahí donde es capaz de esbozar un falso gesto de rebeldía (basta con que evoquemos el amor fati de Nietzsche). Dejemos sentado, pues, para terminar, que la actividad filosófica también entraña aquel choque de clases que Marx y Engels hace ya tiempos descubrieron como la fuerza motriz de todo desarrollo histórico-social del hombre, en la medida en que tampoco es ajena a él.

Notas
[1] F. Engels: Dialéctica de la naturaleza. Grijalbo, México, 1982, p. 168.
[2] Véase. K. Marx - F. Engels: Obras escogidas, T. II. Ed. Progreso, Moscú, 1955, p. 367.
[3] Diógenes Laercio: Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres. Alianza editorial, Madrid, 2007, p. 471.
[4] Ibíd., p. 477.
[5] Ibíd.
[6] F. Engels: Op. cit., p. 157.
[7] D. Laercio: Op. cit. , p. 560.
[8] Lucrecio: La naturaleza. Ed. Gredos, Madrid, 2003, p. 125.
[9] “Ya el escolástico británico Duns Escoto se preguntaba ‘si la materia podía pensar’”. C. Marx – F. Engels: OME, T. VI. Ed. Crítica, Barcelona, 1978, p. 147.
[10] G. Bruno: Sobre el infinito universo y los mundos. Aguilar, Buenos Aires, 1981, pp. 97-98.
[11] C. Marx - F. Engels. Op. cit. , p. 145.
[12] F. Engels: Op. cit., p. 173.
[13] V. I. Lenin: Obras , T. XLII. E.C.P., México, 1976, p. 106.
[14] F. Engels: Anti-Dühring . Grijalbo, México, 1968, p. 264.
[15] A propósito del derecho y la religión, Marx ha dicho: “No se olvide que el derecho carece de historia propia, como carece también de ella la religión.” En: C. Marx – F. Engels: La ideología alemana. Grijalbo, México, 1970, p. 73.
[16] V. I. Lenin: Obras, T. XVIII. Ed. Progreso, Moscú, 1983, p. 134.
[17] Marlon J. López: “La ilustración y la filosofía de Hegel”. Revista Prometea, N° 1, UES, julio-septiembre 2013, p. 73.
[18] F. Engels: Dialéctica de la naturaleza. Ed. cit., p. 200.


No hay comentarios:

Publicar un comentario